desnuda,
o al menos con los pechos
hundidos en la arena
y la espalda al aire.
Lees a Kundera
-La vida está en otra parte-.
Lejos,
tengo los ojos irritados
por el cloro y los cowboys
y pienso qué cojones
se te ha perdido
en Salou en agosto.
Finjo leer algo duro
-McCarthy-
y la densidad de la prosa
se deshace porque
la curva interior
de tus piernas
estiradas o en cuclillas
se fija en mi cabeza,
como un grabado en pleno
Meridiano de Sangre.
En el instante en que derramas
agua de coco por tus comisuras
y el vendedor ambulante
mira sin recato cómo se desprende
la arena de tus pezones,
y tú le coges el cambio,
y le encuentras cierto parecido
a Rimbaud
yo le digo a tu mejor amiga
que lo que sucede en las Vegas
se queda en las Vegas
y que Pamplona no es Nevada,
aunque conozco un casino
y podemos jugarnos las chancletas,
las camisas o los corsés.
El instante prosigue más allá,
tengo la certeza de que
sigo siendo un lector pésimo,
que no voy a poder terminar
mi novela favorita.
La que siempre abandono
en el mismo punto
todos los veranos.