viernes, 7 de noviembre de 2014

DETROIT



Detroit se había esfumado, al fin, en mi cabeza.
Mi decisión fue que no más Motown, Pistons u otras ruinas,
las dejo todas para los hombres de azúcar,
rebosantes en su diabetes.
Nuñowski llegó con su erotismo maldito,
Conduciendo un Mustang de líneas finas sin capota,
sintaxis precisa
y dos mujeres sin cinturón de seguridad,
una adelante y otra atrás,
de color miel encendido.
En sus ojos de fumador de regaliz
aprecié el entusiasmo de los malditos por la literatura.
Vengo desde las ruinas a besarte
traigo el entusiasmo de la lengua inabarcable, me dijo.
Y entendí a Nuñowski como un mensajero,
el cartero de la muerte.
Tu material es como un neón que se funde,
funciona, sólo a parpadeos morados
y verdes, poco intensos.
Nuñowski, y su ego cabrón, en un Mustang de líneas finas,
embraga, acelera y se larga sin capota.
Tras de sí revolotean cuartillas de relatos,
Detroit: he vuelto a casa.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Epistolar II



Querido Hernán:

Sí. La excedencia cabalga a todo tren y yo, aunque ya he sacado las botas de la peor zona de la ciénaga, no estoy avanzando todo lo rápido que quisiera, pero he tenido tiempo de revisitar Diamond Flash.

Portugal no fue un fracaso rotundo. Alfontes es un buen sitio para septembrear y sí: encontré información. Los chicos del Templo ya deben estar de vuelta en los Estates, pero he descubierto que si bien G era texano, A era europeo, español probablemente. Sí, probablemente, Shirley –la camarera del Coopers- lleva cinco años viviendo en el Algarve, pero su portugués no pasa de obrigado y dice que no acaba de entender a ningún no inglés hablar en su lengua. Todos le suenan españoles, será porque vivió una temporada en Mallorca.

Los chicos durmieron en su pensión unas cuantas semanas antes de que iniciasen la persecución de los Escaleno. Fueron buenos clientes, silenciosos y aseados, pero demasiado proselitistas, especialmente A, que sufrió un par de altercados desagradables.

En Quarteira hay una sede bastante importante del Templo y ellos utilizaban Alfontes como base para sus desplazamientos en sidecar. Un cacharro maravilloso de la época de los Claveles que compraron de segunda mano a un militar retirado en Lisboa y con el que hicieron todos los kilómetros en busca de los Escaleno. Pude verlo en el garaje de Shirley como muestra de agradecimiento, si bien ella lo tiene cubierto por un plástico y espera a un coleccionista para quitárselo de encima.

Sí, Alicante sigue pendiente y Bobby sigue perdido.

Saludos de A.

PS: Doble Concha para Carlos Vermut, máster.

jueves, 24 de julio de 2014

Aproximando personajes y tramas (I)

Que Dios está ahí para lo que haga falta lo sabía George y lo sabía Anthony. Su relación de compañeros se había deteriorado desde que recibieran el encargo de recuperar para la causa al joven Escaleno y, lo peor, era ser conscientes de que su labor de apostolado también flaqueaba. Expiaban sus pecados y sus contradicciones en sesiones nocturnas individuales, expiaban de la hostia, zurrándose la badana y no necesitaban cilicios como los católicos del Opus Dei, ellos eran genuinamente austeros y les bastaba con sus cinturones de hebillas traídas directamente de los Estates. Todo empezó cuando Anthony le había dicho a George que en la siguiente puerta que tocasen quería que, si les abrían, el anfitrión pudiera escuchar de sus labios, joder, es que Dios, mi Dios, es la polla, con esas putas palabras. A George no le gustó. El concepto sí, claro, fuera el que fuese sabía que el organismo de Anthony rebosaba Dios a lo grande, pero esas no eran las formas que les habían enseñado para ejercer el Ministerio. Estaba seguro que la expresión, “mi Dios es la polla” no aparecía en ningún pasaje de las Escrituras. Y se empezó a preguntar qué había estado haciendo Anthony para utilizar aquel lenguaje del demonio y qué había estado haciendo él mismo, cuánto se había despistado, para que su mutua vigilancia hubiera fracasado tan estrepitosamente. Él era el veterano, Anthony el novel y si en la Central se enteraban de que sus apóstoles, los que habían ido a buscar al hijo pródigo, también se estaban descarriando, se iban a cabrear. Y lo que es aún peor, Dios se iba a mosquear de la hostia.
Esa mañana sacó la plancha de viaje en la habitación del hotel de carretera (la N-121 km 137) y estiró su camisa blanca. Anthony dormía aún en la cama de al lado. Le había escuchado fustigarse duro en el baño durante buena parte de la noche. Tal vez, pensó optimista, el bendito gafotas sólo ha sufrido un pequeño traspié. El dolor de sus propias heridas le recordó que decir que Dios era la polla no era un tropezón cualquiera y siguió afanándose con la camisa blanca ignorando que Anthony le observaba tumbado y lacerado y con una erección matutina, nada grave, sólo ganas de orinar aumentando. Qué lejos quedaban las chicas de la Orden, God damn it. Qué ganas tenía de encontrar al chico Escaleno y terminar con aquella búsqueda insoportable.
Desayunaron según sus votos te y pan duro. Para el camarero del hotel, como para la mayoría de los europeos, todos los estadounidenses eran yankees. Las sutilezas de la sociología americana se les escapaban y lo único que podía ver delante de sus narices era a dos hermanos mormones, fuera cual fuese su secta evangélica, con aspecto de haber sido rechazados del casting de la Revolución de los Novatos por su autenticidad extrema. Los dos rubios,  uno peinado con la raya a la izquierda, el otro a la derecha. Los dos con traje gris marengo, pantalón y americana, camisa blanca y corbata de las de dar ganas de apretar el nudo al máximo. Y zapatos negros, claro. El más alto, George, un gafotas de lentes remendadas con esparadrapo blanco. Qué hacían esos dos roedores de mendrugos viajando en sidecar era un misterio. Por la noche habían intentado colocar un par de panfletos de la Iglesia del Templo a la que pertenecían en el cristal de la puerta del hotel. Además, las chicas de la limpieza le habían comentado que en todas las habitaciones que habían ido limpiando esa mañana había aparecido al menos uno, el mismo que le tendía ahora el gafotas con una su sonrisa de párteme la boca y te ofreceré la otra mejilla.
Un dibujo de Jesucristo en pose de Tío Sam te necesita y la consigna: He wants you!  He needs you! Join us.(subtitulada la traducción: ¡Él te quiere!, ¡Él te necesita! Únete). Después: cinco puntos fundamentales que, una vez leídos y analizados, harían que la parte de tu corazón que te une a Dios, porque lo hace genuinamente, harían que des el paso hacia tu conversión.
Un vendedor ambulante de aspecto mahometano entró en la cafetería e hizo que el que le ofrecía el panfleto al camarero cambiará de objetivo. Estaba de paso y necesitaba un refrigerio. Anthony se acercó a él cuando terminó el té y le ofreció un panfleto. El hombre, tunecino o marroquí, aventuró el camarero, tomó el papel y lo leyó. El vendedor le dijo que Jesucristo era un buen Profeta, un Profeta excelente, excelso incluso, pero que eso de que era hijo de Alá era inaceptable. Una blasfemia que les costaría, a ellos dos y a toda la cristiandad en su conjunto, pasar la eternidad al calor del infierno. Y le devolvió el panfleto. Anthony no se inmutó y sonriendo rehusó recogerlo. El musulmán murmuró una retahíla en árabe e hizo un gurruño con la palabra de Cristo. El camarero miraba la escena y en el momento en que iba a pedir a los dos hombres que airearan sus diferencias teológicas fuera de su local, intervino George.
- Lamentablemente está usted equivocado -dijo el predicador de las gafas con un marcado acento texano-. Las Sagradas Escrituras demuestran a todos los niveles que Jesús era el Hijo de Dios.
- El Corán no dice nada de eso -el acento magrebí del vendedor era suave y contrastaba con el fuerte acento sureño de los templistas.
- Tampoco dice que Nuestro Señor fuera crucificado y convendrá conmigo en que eso es un error mayúsculo.
- El Corán no se equivoca, americanito.
- Querido amigo -Anthony volvió a la carga- no sé cómo decirlo sin ofenderte, no sé qué será el Corán, pero mi Dios, mi Dios es la polla.
Los tres hombres se enzarzaron en una discusión a todo volumen en la que distintas proclamaciones apocalípticas entremezclaron la Gloria Eterna y la Condenación Absoluta, una auténtico dispendio de la eternidad en donde los dedos índices amenazantes se levantaron con una frecuencia pasmosa por ambos bandos.
Ahí fue cuando el camarero, evitando que la enésima Cruzada empezase en su cafetería, invitó a los tres caballeros a discutir fuera. Esa diáspora unió por un momento a los tres hombres frente a su nuevo y herético adversario y, después de un rato despotricando contra la secularización de la sociedad europea, George y Anthony se despidieron de su nuevo y absolutamente equivocado amigo suní y subieron al sidecar.

martes, 20 de mayo de 2014

LA REPRODUCCIÓN



La semana pasada compré para mi esposa por nuestro aniversario una reproducción de Cine de Nueva York de Edward Hopper. Yo no entiendo nada de arte –yo no entiendo nada de nada, eso es lo que mi mujer siempre dice- pero a ella le chifla el tal Hopper y en especial su cuadro Cine de Nueva York y, como no puedo regalarle el original porque estará en vaya usted a saber qué museo, hablé con nuestro vecino del tercero que es bien conocido por vivir de los pinceles y le pedí que hiciera una reproducción del cuadro en cuestión.

Yo, que como ya he dicho no tengo grandes conocimientos de arte –vamos que no sé nada de nada-, quedé bastante satisfecho con el resultado, por lo tanto aboné el precio que habíamos acordado y oculté el lienzo debajo de la cama, envuelto en plástico de burbujas y papel de estraza pero todavía sin enmarcar porque –dice mi mujer- que carezco de gusto de ningún tipo, así que prefiero que ella decida.

El caso es que sin tener ni idea de arte y sin saber quién era Edward Hopper, el cuadro –o al menos su reproducción- empezó a fascinarme desde el mismo momento en que lo vi terminado en el estudio del tercer piso. Había algo en la mujer de la mitad derecha del cuadro, en su melena rubia y pantalones azules apoyada en la pared del pasillo del cine, bajo la lamparita de tres brazos. Había algo, ¿pero qué? Lo cierto es que yo no sé nada de nada, pero apostaría a que su cita se retrasa –mucho, a decir verdad- y está pensando en marcharse de allí, subir las escalerillas que están detrás de la cortina roja.

No pude menos que hablar con mi vecino sobre el cuadro. Le pregunté qué sabía sobre la mujer rubia, hacia dónde iban las escaleras –a la calle o a un palco- y qué película estaban proyectando. Para mi sorpresa el pintor cambió de tema y me indicó que los gastos de la reproducción habían sido mayores de los estimados al principio y debía aumentar el precio de venta. Me sorprendió su cambio de criterio, pero debido a que no sé nada de nada, que el resultado final de la reproducción me resultaba muy satisfactorio y el incremento no era exagerado y me reconcomía el interés sobre la chica del cuadro, terminé por acceder.

Trabajo todas las mañanas en una oficina. Mi mujer, en cambio, trabaja a turnos como limpiadora en un hospital, así se costea los estudios de Bellas Artes. La semana pasada mi vecino me entregó la reproducción de Hopper, a mi mujer le tocaba turno de noche y yo le echaba a faltar en la cama. No tenemos hijos y las noches en las que estoy solo en casa es como si estuviera solo en el mundo entero, como si no hubiera nadie ahí esperando a que salga el sol para tomarse una cerveza en una charla animada conmigo, ni nada parecido. La tercera noche en que la reproducción reposaba bajo nuestra cama esperando nuestro aniversario yo me sentía así, fatalmente insomne y en una de esas soledades que te aprieta la garganta, te seca la nuez y te hace latir las sienes. Ya había pagado el sobrecoste del cuadro y un sentimiento, que entendí como legítima curiosidad, me hizo abrir el envoltorio de la reproducción. Lo hice con cuidado de que el adhesivo no rasgase el papel. Sin tener ni idea de arte, al dar la vuelta a la reproducción, no sé si por el dinero extra que me había costado o porqué, quise consolar a la mujer de la pintura. Tal vez acababa de entender que había perdido a su pareja para siempre, o que no podría tener hijos. No lo sé. Pero quise que a esas horas de la madrugada hubiera un cine abierto porque tal vez juntos hubiéramos podido terminar de ver la película.

martes, 22 de abril de 2014

LA VENTAJA DE REPARTIR OCTAVILLAS

Hay un charquito de semen anegando tu ombligo.
Es la ventaja de repartir octavillas,
el discurso es anterior
-hasta ahí todo normal-
pero después no hay que afanarse con más explicaciones sobre la R o la D.
Si lo dejas reposar, si no te apresuras a limpiarlo,
la espesura de la compota blanca se licua
-somos un noventa por ciento de agua-
y el disfraz de cola de contacto
chorrea por el vientre y las piernas,
se pierde entre las sábanas
y el vello de enredadera, si conservas el buen gusto
de no haberte rasurado.
Es, decía, la ventaja de repartir octavillas
timbre a timbre, puerta a puerta.

22//04/14 (Leyendo Limonov, de Carrère).

sábado, 19 de abril de 2014

Mis alocadas aventuras con Bobby Fischer (II): Gámbito de Mora.

No es una buena idea, no es una buena idea, no es una buena idea y punto. Bobby Fischer se deshacía ante mis ojos. Ya no era más aquel viejo barbudo que apareció un día en mi casa. Está muerto y se aparece como le da la gana y ese día despertó como un niño de la edad de mi sobrino, ocho años. Un niño delgado y caprichoso al que, de buena gana, le hubiera cruzado la cara. Miraba el tablero con desgana, todavía yo no sabía si aquel Bobby sabía lo que sabía de ajedrez, aunque seguramente podría darme una paliza si se concentrara. Había descubierto la TDT y estaba enganchado a una reposición indeterminada de Hombres, Mujeres y Viceversa. Gámbito de Rafa Mora, la tronista ha de sacrificar a Rafa para ir a por el otro musculitos, dijo Bobby. Yo no sabía muy bien a cual de todos ellos mirar. ¿A quién te refieres? le pregunté esgrimiendo los bizcochos y el colacao, como un jugador novato que cree que el Pastor es el jaque mate de los listos. ¡A mí! ¡Al mismo Bobby Fischer que se convertirá en campeón mundial de ajedrez!, gritó. Bobby, chico, Bobby, eres un niño, ¿sabes? Ahora mismo deberías estar en el apartamento de tu madre, con tu hermana, tal vez jugando al parchís o a la oca, si es que jugabais a eso en Nueva York. Bobby me miró como si yo fuera Boris Spassky, pero no dijo nada más. Se encogió en su universo de escaques y pechos de silicona. El mundo ya no es más una tablero de ajedrez, el mundo es un programa de televisión de los cutres, donde las mujeres son carne sin procesar bajo el rito kosher y los adolescentes prodigios no se vuelven locos avanzando peones y cruzando alfiles, sino hormonándose el cerebro con testosterona de bote. ¿Y acaso podemos decir si este es un mundo peor que aquel?

martes, 15 de abril de 2014

FARM LIT (UNA HISTORIA EN JUEVES SANTO)

Te montaste en aquel autobús
buscando al hombre Marlboro.
Te habías largado de casa
con la maleta cargada
de novelas de granjeras
y las manos de oficinista,
cabeza poblada de viejos anuncios de tabaco
         y teletienda.

Viajaste con una monja,
Sheenna volvía de las misiones,
y después un parado,
dos gays aventureros
       y Johnny Ramone,
vuelto de los infiernos,
harto de Joey y Dee Dee,
los riffs de medio pelo,
los hombres que no cuidan a sus mujeres.

Sigo siendo conservador, decía,
y tú mirabas por la ventanilla,
corrían los postes de luz
podridos en el arcén,
pensabas en el humo bucólico
y en que la urea previene
las durezas en las manos.
Sigo siendo conservador, decía,
el horizonte no se movía,
Johnny olía a tabaco de liar,
he vuelto al vicio allí abajo, dijo.


En el cambio de línea
preguntaste por el rodeo,
y te indicaron allí,
la planta de oncología.
El hombre de Marlboro
había recogido el lazo,
yaciente enjuto sobre las balas de paja.
Caíste de rodillas,
como en una plegaria,
pasando páginas y páginas
de granjeras, quimio y llagas.

Ten una calada: es rubio americano.
                               Cómo se elevaba el vaquero
fumando,
                                                  Cómo se elevaba
mientras te daba lumbre
en la planta de oncología
de aquel pueblo perdido
en Tierra Santa,
  oliendo a meados de carnero
con las manos delicadas, de ranchero de oficina.

jueves, 3 de abril de 2014

UNA HISTORIA DE PAPELERA


A la misma hora en que yo llegué al mundo un martes de febrero, Bon Scott moría en Londres. Tal vez no fuese la misma hora exactamente, no controlo los husos horarios, pero hablamos de la misma madrugada en la que mi madre no llegó al hospital. El Simca familiar se quedó tirado en un arcén y allí mi padre le ayudó entre mareos y náuseas. Scott se durmió borracho en el R5 de un amigo y no volvió a despertar, ahogado en su propia arcada. Puede que ocurriese un poco antes o un poco después de que la cinta High Way to Hell se enredase entre los cilindros de la radio del Simca marrón que mi padre hubiera querido jubilar antes de que naciese. Pero no pudo, entonces no se cambiaba de coche así como así. La casualidad hizo que, la noche en que Bon Scott murió, yo naciera entre sus agudos, mientras mi madre pedía a gritos que alguien apagase la música. He dicho la casualidad, pero a lo mejor prefieres pensar que todo está predestinado.También esta historia basura. Pero el hecho es que, mientras mi cabeza surgía entre las piernas de mi madre, el cassette de un Simca escupía serpentina marrón y las guitarras se silenciaron entre estertores. Mi padre me contó esta historia de papelera cuando me regaló el CD de Back in Black para que lo escuchase en el coche. Brian Johnson sustituyó a Scott, el Simca hace tiempo que es chatarra, no sé qué fue de la cinta y el CD terminó rayado.
Hoy, 19 de febrero, cumplo treinta y tres años y también es martes. Nadie supo qué fue del R5 de Scott, me gusta pensar que descansa en el mismo desguace que el Simca. Es de noche, tengo una botella en la mano y mi coche está en silencio.

viernes, 21 de marzo de 2014

EPISTOLAR



Querido Hernán:

Me disculpo por haber estado tanto tiempo sin dar señales de vida. Soy una especie de monstruo épico si a estas alturas consigo mantenerme incomunicado del resto del mundo y, qué coño, me encanta.

La entrevista con L. está resultando muy productiva. Afortunadamente la he encontrado muy dispuesta a colaborar, siempre y cuando respetemos el anonimato de quien le ayudó a huir entonces, teme que le hagan la vida imposible y con razón: no me olvido que el asunto aún no ha prescrito. Por lo demás L. está muy cambiada. Sigue conservando férreos sus principios, pero la ortodoxia se le ha escurrido con la edad, de lo que me alegro. Que las demás la expulsaran del colectivo no tuvo que ser nada fácil de digerir. Ahora puedo decir que la veo feliz y tranquila. Aún no tengo ni idea de qué formato le voy a dar pero, como mínimo, resulta un reportaje interesantísimo y de absoluta actualidad. Espero que no lo termine demasiado tarde.

De Fischer no he vuelto a saber nada desde lo de Alicante. Tendré que contártelo algún día, pero he perdido el ritmo. Como diría F. ahora mismo estoy en el fondo del valle y las primeras rampas de subida siempre me agarrotan las piernas.

Saludos de mi señora.

PS. La muerte de Panero me conmocionó tanto como a ti, no hay tambores para hacerlo volver desde el reino de las sombras. Shit.

lunes, 10 de febrero de 2014

LA PECERA (ORÁCULO)



Seremos libres

-un momento-

cuando estalle.

No pienses en vidrios rotos,

        boquea conmigo

sobre un charquito de suero,

y que vengan los narvales.

martes, 4 de febrero de 2014

LOS JUEGOS DEL AHORCADO

Jonas me miraba desde el cadalso con la soga al cuello, esperando que mis gestos desvelaran la palabra. El verdugo había extraído la definición del bombo de latón de los Juegos del AhorcadoNuestro código secreto le había librado de la muerte en varias ocasiones, no tantas como decían por ahí los escritores de novelas baratas, pero sí las suficientes para haberlo convertido en leyenda. Antes de la legalización, Jonas se había forjado un nombre. Habían sido días de timbas de léxico en las bibliotecas y las escuelas de mala muerte. Allí se jugaban la vida los deletreadores, los locos de las enciclopedias y el vocabulario. El alcohol y las bibliotecarias de curvas apetitosas fueron los ingredientes añadidos a un cóctel explosivo. La criminalidad entre literatos llegó a tal punto que el Condado tuvo que tomar una decisión: prohibir las partidas particulares para implantar la pena de muerte por ahorcamiento. Ahora bien, los delincuentes podrían burlar a la parca si conseguían encontrar cinco palabras del bombo lleno con definiciones recortadas del Diccionario.

La última partida de Jonas había empezado de madrugada, entre cumulonimbos de verano. Un comienzo sencillo tuvo un encendido grito de desaprobación del público y como respuesta correcta uxoricidio. Alcancía, vestiglo y extricar fueron las respuestas correctas número dos, tres y cuatro. Todo parecía indicar que Jonas podría librar nuevamente la soga. El verdugo giró por quinta vez el bombo y leyó: Femenino: Ardid o artificio con que se saca a alguien lo que no está obligado a dar. Socaliña me vino de inmediato a la cabeza, incluso recordé la tarde en que había aprendido aquella palabra leyendo una novela, me había identificado de inmediato con el criado prepúber del hidalgo español que había hecho las américas sin fortuna, una suerte de lazarillo que no recibía más que palos y hambre por los servicios prestados a un cerdo sin alma. No recordé el autor, ni el título, pero sí que la historia estaba contada en primera persona por el niño ya anciano, la historia de una venganza fraguada despacio, a fuego lento, un Montecristo sin título, un Raskólnikov sin castigo.

Jonas se repasó los labios resecos tres veces, como siempre que el Diccionario le abandonaba a su suerte. Vio mi espalda cuando dejé la primera fila frente al cadalso de pino seco y al fin le decía adiós a tantos años de trabajo sucio, de entrega sin compensaciones. Le escuché gritar mi nombre. Cerré los ojos y sonreí, mientras la masa reunida en la plaza de aquel pueblo polvoriento pedía sangre al verdugo y la palabra que Jonas no encontraría. La trampilla se abrió y la gente festejó la caída de la última leyenda de nuestro idioma.

(Encontraréis Los Juegos del Ahorcado en el número 4 de Funzeen, dedicado al western, ilustrado por Angélica López de la Manzanara)

viernes, 24 de enero de 2014

EL SALTO


Esta noche he soñado que sostenía firme un bisturí con los dedos. Diseccionaba las entrañas vacuas de las canciones de la Oreja de Van Gogh. Cortaba melodías y letras en un estadio vacío de contenido, pero lleno de partidarios enloquecidos de una causa noble porque, por fin, alguien ponía algo de cordura sobre los apéndices del loco del pelo rojo. Luego la cosa se desmadraba un poco, Amaya Montero aparecía en uno de los vomitorios diciendo algo de que la nueva etapa era una mierda humeante y que la original, la primigenia, molaba mazo y que ella, como solista, es lo que el scattergoris para los juegos de mesa. La grada gritó contra el poco respeto de la donostiarra por los infinitivos y me pedía hemoglobina a borbotones. Sin tener muy claro el tiempo verbal en el que me estaba moviendo y siendo contrario a la pena de muerte por principio he rechazado la propuesta y me he posicionado a favor de la Montero, a cierta distancia física, por cierto. La masa lo ha malentendido. De pronto los jaleadores se han vuelto en mi contra, y Amaya se ha puesto a cantar ‘Quiero ser el verbo puedo’. Me he despertado con el pecho oprimido, como si una hormigonera hubiera aparcado sobre mi colchón.

lunes, 20 de enero de 2014

DISFRUTAR DE F. KAFKA


Atravesé la estepa de la pereza
sobre cojines de plumas.
No aprendí nada de la vida
hasta que los ogros de dientes de plata
vinieron a buscarme
a bocados de plomo,
balas de flecha,
que me abrieron los tejidos y los párpados.
Después vino la zozobra
y las drogas legales
como mosquetones y cuerda,
para trepar desde el fondo de las simas
de mi calavera,
donde las voces de las brujas rebotan,
gritos de invierno, culebras,
pasillos de un sanatorio.
Retrepando di con las estanterías
que conservaban los cuentos
de mi memoria, los desterrados.
Releyéndolos hablan
de actitud y arrojo,
coraje, sudor, alegría y amor.
Las bestias siguen libres,
parecen ahora cucarachas de papel
y está bien conservarlas así.
Es la manera de disfrutar
de Franz Kafka.

viernes, 17 de enero de 2014

EN LA OFICINA

Hay algo aquí,
en esta oficina,
que huele a zorro viejo
y no soy yo,
porque yo huelo, literalmente,
a gata persa-mestiza
blanca y negra.

Pero en la oficina
huele a voz aguda
entre los dientes,
al petróleo de las tuercas
de la burocracia.
Una mezcla de tinta
y risa muerta:
la cintura de un reloj de arena
donde el tiempo se comprime
y pasa sin disfrutar,
sin encontrar un motivo
para llegar a su destino,
queriendo sólo alcanzar
el otro lado.
 
Hay algo aquí,
sobre esta moqueta,
que huele a sudor añejo
y no soy yo,
porque yo huelo a aliento
de gato mestizo
blanco y negro.