Atravesé la estepa de la pereza
sobre cojines de plumas.
No aprendí nada de la vida
hasta que los ogros de dientes de plata
vinieron a buscarme
a bocados de plomo,
balas de flecha,
que me abrieron los tejidos y los párpados.
Después vino la zozobra
y las drogas legales
como mosquetones y cuerda,
para trepar desde el fondo de las simas
de mi calavera,
donde las voces de las brujas rebotan,
gritos de invierno, culebras,
pasillos de un sanatorio.
Retrepando di con las estanterías
que conservaban los cuentos
de mi memoria, los desterrados.
Releyéndolos hablan
de actitud y arrojo,
coraje, sudor, alegría y amor.
Las bestias siguen libres,
parecen ahora cucarachas de papel
y está bien conservarlas así.
Es la manera de disfrutar
de Franz Kafka.
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