viernes, 24 de enero de 2014

EL SALTO


Esta noche he soñado que sostenía firme un bisturí con los dedos. Diseccionaba las entrañas vacuas de las canciones de la Oreja de Van Gogh. Cortaba melodías y letras en un estadio vacío de contenido, pero lleno de partidarios enloquecidos de una causa noble porque, por fin, alguien ponía algo de cordura sobre los apéndices del loco del pelo rojo. Luego la cosa se desmadraba un poco, Amaya Montero aparecía en uno de los vomitorios diciendo algo de que la nueva etapa era una mierda humeante y que la original, la primigenia, molaba mazo y que ella, como solista, es lo que el scattergoris para los juegos de mesa. La grada gritó contra el poco respeto de la donostiarra por los infinitivos y me pedía hemoglobina a borbotones. Sin tener muy claro el tiempo verbal en el que me estaba moviendo y siendo contrario a la pena de muerte por principio he rechazado la propuesta y me he posicionado a favor de la Montero, a cierta distancia física, por cierto. La masa lo ha malentendido. De pronto los jaleadores se han vuelto en mi contra, y Amaya se ha puesto a cantar ‘Quiero ser el verbo puedo’. Me he despertado con el pecho oprimido, como si una hormigonera hubiera aparcado sobre mi colchón.

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