Detroit
se había esfumado, al fin, en mi cabeza.
Mi
decisión fue que no más Motown, Pistons u otras ruinas,
las dejo
todas para los hombres de azúcar,
rebosantes
en su diabetes.
Nuñowski
llegó con su erotismo maldito,
Conduciendo
un Mustang de líneas finas sin capota,
sintaxis
precisa
y dos
mujeres sin cinturón de seguridad,
una
adelante y otra atrás,
de
color miel encendido.
En sus
ojos de fumador de regaliz
aprecié
el entusiasmo de los malditos por la literatura.
Vengo
desde las ruinas a besarte
traigo el
entusiasmo de la lengua inabarcable, me dijo.
Y
entendí a Nuñowski como un mensajero,
el cartero
de la muerte.
Tu material
es como un neón que se funde,
funciona,
sólo a parpadeos morados
y
verdes, poco intensos.
Nuñowski,
y su ego cabrón, en un Mustang de líneas finas,
embraga,
acelera y se larga sin capota.
Tras de
sí revolotean cuartillas de relatos,
Detroit:
he vuelto a casa.
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