A
la misma hora en que yo llegué al mundo un martes de febrero, Bon
Scott moría en Londres. Tal vez no fuese la misma hora exactamente,
no controlo los husos horarios, pero hablamos de la misma madrugada en
la que mi madre no llegó al hospital. El Simca familiar se quedó
tirado en un arcén y allí mi padre le ayudó entre mareos y
náuseas. Scott se durmió borracho en el R5 de un amigo y no volvió
a despertar, ahogado en su propia arcada. Puede que ocurriese un poco
antes o un poco después de que la cinta High
Way to
Hell se
enredase entre los cilindros de la radio del Simca marrón que mi
padre hubiera querido jubilar antes de que naciese. Pero no pudo,
entonces no se cambiaba de coche así como así. La casualidad hizo
que, la noche en que Bon Scott murió, yo naciera entre sus agudos,
mientras mi madre pedía a gritos que alguien apagase la música. He
dicho la casualidad, pero a lo mejor prefieres pensar que todo está
predestinado.También esta historia basura. Pero el hecho es que,
mientras mi cabeza surgía entre las piernas de mi madre, el cassette
de un Simca escupía serpentina marrón y las guitarras se
silenciaron entre estertores. Mi padre me contó esta historia de
papelera cuando me regaló el CD de Back in Black para
que lo escuchase en el coche. Brian Johnson sustituyó a Scott, el
Simca hace tiempo que es chatarra, no sé qué fue de la cinta y el
CD terminó rayado.
Hoy,
19 de febrero, cumplo treinta y tres años y también es martes.
Nadie supo qué fue del R5 de Scott, me gusta pensar que descansa en
el mismo desguace que el Simca. Es de noche, tengo una botella en la
mano y mi coche está en silencio.
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