martes, 20 de mayo de 2014

LA REPRODUCCIÓN



La semana pasada compré para mi esposa por nuestro aniversario una reproducción de Cine de Nueva York de Edward Hopper. Yo no entiendo nada de arte –yo no entiendo nada de nada, eso es lo que mi mujer siempre dice- pero a ella le chifla el tal Hopper y en especial su cuadro Cine de Nueva York y, como no puedo regalarle el original porque estará en vaya usted a saber qué museo, hablé con nuestro vecino del tercero que es bien conocido por vivir de los pinceles y le pedí que hiciera una reproducción del cuadro en cuestión.

Yo, que como ya he dicho no tengo grandes conocimientos de arte –vamos que no sé nada de nada-, quedé bastante satisfecho con el resultado, por lo tanto aboné el precio que habíamos acordado y oculté el lienzo debajo de la cama, envuelto en plástico de burbujas y papel de estraza pero todavía sin enmarcar porque –dice mi mujer- que carezco de gusto de ningún tipo, así que prefiero que ella decida.

El caso es que sin tener ni idea de arte y sin saber quién era Edward Hopper, el cuadro –o al menos su reproducción- empezó a fascinarme desde el mismo momento en que lo vi terminado en el estudio del tercer piso. Había algo en la mujer de la mitad derecha del cuadro, en su melena rubia y pantalones azules apoyada en la pared del pasillo del cine, bajo la lamparita de tres brazos. Había algo, ¿pero qué? Lo cierto es que yo no sé nada de nada, pero apostaría a que su cita se retrasa –mucho, a decir verdad- y está pensando en marcharse de allí, subir las escalerillas que están detrás de la cortina roja.

No pude menos que hablar con mi vecino sobre el cuadro. Le pregunté qué sabía sobre la mujer rubia, hacia dónde iban las escaleras –a la calle o a un palco- y qué película estaban proyectando. Para mi sorpresa el pintor cambió de tema y me indicó que los gastos de la reproducción habían sido mayores de los estimados al principio y debía aumentar el precio de venta. Me sorprendió su cambio de criterio, pero debido a que no sé nada de nada, que el resultado final de la reproducción me resultaba muy satisfactorio y el incremento no era exagerado y me reconcomía el interés sobre la chica del cuadro, terminé por acceder.

Trabajo todas las mañanas en una oficina. Mi mujer, en cambio, trabaja a turnos como limpiadora en un hospital, así se costea los estudios de Bellas Artes. La semana pasada mi vecino me entregó la reproducción de Hopper, a mi mujer le tocaba turno de noche y yo le echaba a faltar en la cama. No tenemos hijos y las noches en las que estoy solo en casa es como si estuviera solo en el mundo entero, como si no hubiera nadie ahí esperando a que salga el sol para tomarse una cerveza en una charla animada conmigo, ni nada parecido. La tercera noche en que la reproducción reposaba bajo nuestra cama esperando nuestro aniversario yo me sentía así, fatalmente insomne y en una de esas soledades que te aprieta la garganta, te seca la nuez y te hace latir las sienes. Ya había pagado el sobrecoste del cuadro y un sentimiento, que entendí como legítima curiosidad, me hizo abrir el envoltorio de la reproducción. Lo hice con cuidado de que el adhesivo no rasgase el papel. Sin tener ni idea de arte, al dar la vuelta a la reproducción, no sé si por el dinero extra que me había costado o porqué, quise consolar a la mujer de la pintura. Tal vez acababa de entender que había perdido a su pareja para siempre, o que no podría tener hijos. No lo sé. Pero quise que a esas horas de la madrugada hubiera un cine abierto porque tal vez juntos hubiéramos podido terminar de ver la película.