Un viejo que suele merodear en el club de jubilados
con aspecto de soldado extranjero
me ha parado en la gasolinera
diciéndome que quería vender su Harley y comprar mi Facel Vega.
Luego ha añadido:
no dejo de pensar en el perro de los Gallimard
y te ha guiñado un ojo.
Ya en marcha, en una carretera completamente recta, flanqueada por nogales,
te has desabrochado el cinturón de copiloto,
dando por hecho que voy a ser siempre tu chófer
y tú mi amante,
Todavía me cuesta reconocerlo, pero la idea resulta fabulosa
y te he puesto la mano entre las ingles, bajo el vestido,
como en un cuento porno de Kima Kubelik.
Me has golpeado en la mano, jugando al principio, enfadada después
Porque, has dicho, algo corre entre los árboles, una sombra nos persigue.
He sacado mis dedos de su escondite y los he relamido
antes de parar en el arcén.
Entre los nogales de nuestro costado sólo se escuchaba el viento
y el Facel Vega al ralentí, en punto muerto, nadie nos persigue aún.
Nada de qué preocuparse.
En marcha otra vez, he descuidado los retrovisores y no he visto llegar la Harley.
Supongo que seguía en venta cuando se ha puesto a nuestra altura.
El viejo extranjero de la gasolinera ha tocado en el cristal,
he bajado la ventanilla y ha gritado sobre la furia de los caballos:
No dejo de pensar en el perro de los Gallimard
te ha guiñado un ojo
y nos ha rebasado.
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