“No leas la
página 99”.
Me he encontrado tu mensaje en un post it amarillo chillón pegado en la página
97 de la novela gráfica Trauma Accidental
de John Adams. La letra en boli azul seco es tuya, exmujer. No sé cuánto tiempo
ha pasado desde que la escribiste, hace nueve meses y medio que te largaste de
casa. Podrías al menos haber gastado un poco de aliento con el boli.
Mi primera
reacción ha sido cerrar el libro. No he podido soportar ver esos dos nueves
redondillos. Insististe en que leyera a Adams, un escritor que no es sublime,
ni demasiado vulgar, un dibujante que no destacaría entre dos millones. Sus cómics
son como una película de sobremesa de Antena 3, ni de las mejores ni de las
peores.
Devoré a
Adams, fagoticé sus palabras, me desgaste la retina en sus dibujos, llegué a
amar a sus personajes oprobiosos, sus tramas mal copiadas y reinventadas de
autores mejores que él. Lo hice por ti.
Ahora, revelada en una nota mal escrita a boli ¿quieres prohibirme leer
una de sus inanes páginas?
He deseado
llamarte y decir que se acabó. Que ya no puedes sermonearme, ni decir qué puedo
o qué no puedo hacer. Por el contrario he tomado la página 99 y claro, también
la 100 y las he rasgado de la edición de pasta blanda del Trauma accidental perpetrado por John Adams haciéndolas pedazos.
Al instante me
he arrepentido. He rebuscado por todos los cajones celo para reconstruirlas y
poder leer al menos la número100. He revisado el cajón dónde solías guardarlo,
pero no estaba allí porque cuando te marchaste cambié el orden de las cosas
para no tenerte tan presente. Mientras intentaba recordar cuál podía ser el
nuevo lugar de la cinta adhesiva he tomado los fragmentos de las hojas 99 y 100
y he probado a reconstruirlas sin leer, sólo atendiendo a las formas del papel
y las viñetas. Lo he conseguido.
Me he hecho
con un sobre, ni muy grande ni muy pequeño, uno de esos que se emplean para enviar
cartas ni muy extensas ni muy breves, como las que antes mandábamos a la
familia por Navidad. Y después he guardado la página dentro del sobre
doblándola por sus costuras de plástico adhesivo, con tu mensaje en el pequeño
papel adjunto intacto.
Tengo la
página 99 ahora en mi bolsillo reconstruida con tiras de celo transparente. La
saco y la desdoblo y cuando termino escribo tu dirección en el frontal del
sobre con un boli azul perfecto, y observo la boca del buzón de correos con
óxido en los costados. Introduzco el post it amarillo chillón en el sobre,
compruebo dos veces que está dentro y lo envío.
Camino de
vuelta y mis pies parece que se quieran
pegar al suelo. En casa coloco la página 99 remendada dentro del Trauma Accidental de John Adams. No me
importa lo que diga, no me importan sus frases tan sintácticamente perfectas como
desalmadas, no me importa su trazo de dibujo deslavazado, no me importa. Me
descalzo. Hay un chicle en mi zapato derecho. Pisoteada y amarrada a la goma
masticada una nota azul en amarillo que chilla aún seca, juro que estaba dentro
del sobre, “No leas la página 99”.
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