En mi habitación
-donde me refugio atrincherado-
el calor ha empezado a derretir
los óleos del hotel Fénix.
He vaciado el minibar,
Steve Buscemi reparte más licor
recorriendo el pasillo,
pero yo no le abro
-no me gusta su eco nasal-.
Sobre
la alfombra
Jackie
Daniels
descansa
vacío junto a míster Belvedere,
elevan
sus vapores
hacia
mi estómago y las sienes.
-¡Cierra
la boca Stevie!-.
Espío
a través de la persiana de rejilla
-primera
línea de playa-,
nadie
se refugia en mecedoras
de
agua y sal,
sólo
arena bajo las sombrillas,
el
tumulto
está
de camino.
Aguardo
su llegada para abrir la puerta,
marcar
los lienzos con los dedos
y
pintarme la cara
-señales
de guerra-.
Hay
que perturbar al turista.
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