Acostumbro a caminar en calzoncillos en mi piso de soltero,
con las persianas levantadas y las cortinas descorridas, como un rey en el
tablero desprotegido de alfiles y torres y la única compañía de un peón
solitario. Me siento en la silla del ordenador, juego partidas rápidas al chess
máster, nivel infrahumano. Y un día, ding dong ding, propaganda o algo peor. Voy
hacia el hall dando por perdida la dama y ante la puerta, toc toc toc. La
chorra se asoma por la abertura del calzoncillo, como un caballo frente a un
ataque Fegatello, así que la hago retroceder y pom pom pom, puñetazos como
panes en el descansillo.
Abro y veo a un viejo con barba cana, alto y desgarbado, con
perfume a cartón del Tío de la
Bota y alitosis de garrafa, me suelta: ¿No me conoces?, con
esas ropas de mendigo de cuarta, como una pieza de ajedrez de plástico quemada
con mechero. Así, vestido de gala, le digo, pues no mucho. Bonitos gayumbos,
responde creo que en ruso para después apartarme con la mano y entrar hasta la
cocina. Abre el frigo y se busca un algo para beber frío, suda como un marrano.
Soy Bobby Fischer, dispara. Imposible, respondo en inglés, vamos: Impossible,
estás en mate desde 2008. A
que mola, sigue Bob, lo vamos a dar todo, me comenta.