lunes, 30 de septiembre de 2013

Mis alocadas aventuras con Bobby Fischer I: BOBBY SE APARECE.

Acostumbro a caminar en calzoncillos en mi piso de soltero, con las persianas levantadas y las cortinas descorridas, como un rey en el tablero desprotegido de alfiles y torres y la única compañía de un peón solitario. Me siento en la silla del ordenador, juego partidas rápidas al chess máster, nivel infrahumano. Y un día, ding dong ding, propaganda o algo peor. Voy hacia el hall dando por perdida la dama y ante la puerta, toc toc toc. La chorra se asoma por la abertura del calzoncillo, como un caballo frente a un ataque Fegatello, así que la hago retroceder y pom pom pom, puñetazos como panes en el descansillo. 

Abro y veo a un viejo con barba cana, alto y desgarbado, con perfume a cartón del Tío de la Bota y alitosis de garrafa, me suelta: ¿No me conoces?, con esas ropas de mendigo de cuarta, como una pieza de ajedrez de plástico quemada con mechero. Así, vestido de gala, le digo, pues no mucho. Bonitos gayumbos, responde creo que en ruso para después apartarme con la mano y entrar hasta la cocina. Abre el frigo y se busca un algo para beber frío, suda como un marrano. Soy Bobby Fischer, dispara. Imposible, respondo en inglés, vamos: Impossible, estás en mate desde 2008. A que mola, sigue Bob, lo vamos a dar todo, me comenta.

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