viernes, 24 de enero de 2014

EL SALTO


Esta noche he soñado que sostenía firme un bisturí con los dedos. Diseccionaba las entrañas vacuas de las canciones de la Oreja de Van Gogh. Cortaba melodías y letras en un estadio vacío de contenido, pero lleno de partidarios enloquecidos de una causa noble porque, por fin, alguien ponía algo de cordura sobre los apéndices del loco del pelo rojo. Luego la cosa se desmadraba un poco, Amaya Montero aparecía en uno de los vomitorios diciendo algo de que la nueva etapa era una mierda humeante y que la original, la primigenia, molaba mazo y que ella, como solista, es lo que el scattergoris para los juegos de mesa. La grada gritó contra el poco respeto de la donostiarra por los infinitivos y me pedía hemoglobina a borbotones. Sin tener muy claro el tiempo verbal en el que me estaba moviendo y siendo contrario a la pena de muerte por principio he rechazado la propuesta y me he posicionado a favor de la Montero, a cierta distancia física, por cierto. La masa lo ha malentendido. De pronto los jaleadores se han vuelto en mi contra, y Amaya se ha puesto a cantar ‘Quiero ser el verbo puedo’. Me he despertado con el pecho oprimido, como si una hormigonera hubiera aparcado sobre mi colchón.

lunes, 20 de enero de 2014

DISFRUTAR DE F. KAFKA


Atravesé la estepa de la pereza
sobre cojines de plumas.
No aprendí nada de la vida
hasta que los ogros de dientes de plata
vinieron a buscarme
a bocados de plomo,
balas de flecha,
que me abrieron los tejidos y los párpados.
Después vino la zozobra
y las drogas legales
como mosquetones y cuerda,
para trepar desde el fondo de las simas
de mi calavera,
donde las voces de las brujas rebotan,
gritos de invierno, culebras,
pasillos de un sanatorio.
Retrepando di con las estanterías
que conservaban los cuentos
de mi memoria, los desterrados.
Releyéndolos hablan
de actitud y arrojo,
coraje, sudor, alegría y amor.
Las bestias siguen libres,
parecen ahora cucarachas de papel
y está bien conservarlas así.
Es la manera de disfrutar
de Franz Kafka.

viernes, 17 de enero de 2014

EN LA OFICINA

Hay algo aquí,
en esta oficina,
que huele a zorro viejo
y no soy yo,
porque yo huelo, literalmente,
a gata persa-mestiza
blanca y negra.

Pero en la oficina
huele a voz aguda
entre los dientes,
al petróleo de las tuercas
de la burocracia.
Una mezcla de tinta
y risa muerta:
la cintura de un reloj de arena
donde el tiempo se comprime
y pasa sin disfrutar,
sin encontrar un motivo
para llegar a su destino,
queriendo sólo alcanzar
el otro lado.
 
Hay algo aquí,
sobre esta moqueta,
que huele a sudor añejo
y no soy yo,
porque yo huelo a aliento
de gato mestizo
blanco y negro.