entre mis orejas de elefante,
hablando de cosas que asustan
siendo perro, niño o viejo.
Encriptado en la tozudez de los
cobardes,
me llegabas como ecos
dentro de una nuez sin carne,
sin atender al sentido de las canciones
que nacían de tu pecho,
sin verte llegar a zancadas,
creyéndome Ulises grapado al mástil
del sentido de los tiempos.
Sudé mi mundo de ácidos
y placentas de almidón,
sudé y quise sudar tus canciones,
pero en ese timbre
los monstruos suenan amables:
arena sin estribillos,
sirenas sin huracanes,
viajero sin equipaje.
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