Te
montaste en aquel autobús
buscando
al hombre Marlboro.
Te
habías largado de casa
con la
maleta cargada
de
novelas de granjeras
y las
manos de oficinista,
cabeza
poblada de viejos anuncios de tabaco
y teletienda.
Viajaste
con una monja,
Sheenna
volvía de las misiones,
y
después un parado,
dos
gays aventureros
y
Johnny Ramone,
vuelto
de los infiernos,
harto
de Joey y Dee Dee,
los
riffs de medio pelo,
los
hombres que no cuidan a sus mujeres.
Sigo
siendo conservador, decía,
y tú
mirabas por la ventanilla,
corrían
los postes de luz
podridos
en el arcén,
pensabas
en el humo bucólico
y en
que la urea previene
las durezas en las manos.
Sigo
siendo conservador, decía,
el
horizonte no se movía,
Johnny
olía a tabaco de liar,
he
vuelto al vicio allí abajo, dijo.
En el
cambio de línea
preguntaste
por el rodeo,
y te
indicaron allí,
la planta de oncología.
El
hombre de Marlboro
había
recogido el lazo,
yaciente
enjuto sobre las balas de paja.
Caíste
de rodillas,
como en
una plegaria,
pasando
páginas y páginas
de
granjeras, quimio y llagas.
Ten una
calada: es rubio americano.
Cómo se elevaba
el vaquero
fumando,
Cómo se elevaba
mientras
te daba lumbre
en la
planta de oncología
de
aquel pueblo perdido
en
Tierra Santa,
oliendo a meados de carnero
con las
manos delicadas, de ranchero de oficina.