martes, 22 de abril de 2014

LA VENTAJA DE REPARTIR OCTAVILLAS

Hay un charquito de semen anegando tu ombligo.
Es la ventaja de repartir octavillas,
el discurso es anterior
-hasta ahí todo normal-
pero después no hay que afanarse con más explicaciones sobre la R o la D.
Si lo dejas reposar, si no te apresuras a limpiarlo,
la espesura de la compota blanca se licua
-somos un noventa por ciento de agua-
y el disfraz de cola de contacto
chorrea por el vientre y las piernas,
se pierde entre las sábanas
y el vello de enredadera, si conservas el buen gusto
de no haberte rasurado.
Es, decía, la ventaja de repartir octavillas
timbre a timbre, puerta a puerta.

22//04/14 (Leyendo Limonov, de Carrère).

sábado, 19 de abril de 2014

Mis alocadas aventuras con Bobby Fischer (II): Gámbito de Mora.

No es una buena idea, no es una buena idea, no es una buena idea y punto. Bobby Fischer se deshacía ante mis ojos. Ya no era más aquel viejo barbudo que apareció un día en mi casa. Está muerto y se aparece como le da la gana y ese día despertó como un niño de la edad de mi sobrino, ocho años. Un niño delgado y caprichoso al que, de buena gana, le hubiera cruzado la cara. Miraba el tablero con desgana, todavía yo no sabía si aquel Bobby sabía lo que sabía de ajedrez, aunque seguramente podría darme una paliza si se concentrara. Había descubierto la TDT y estaba enganchado a una reposición indeterminada de Hombres, Mujeres y Viceversa. Gámbito de Rafa Mora, la tronista ha de sacrificar a Rafa para ir a por el otro musculitos, dijo Bobby. Yo no sabía muy bien a cual de todos ellos mirar. ¿A quién te refieres? le pregunté esgrimiendo los bizcochos y el colacao, como un jugador novato que cree que el Pastor es el jaque mate de los listos. ¡A mí! ¡Al mismo Bobby Fischer que se convertirá en campeón mundial de ajedrez!, gritó. Bobby, chico, Bobby, eres un niño, ¿sabes? Ahora mismo deberías estar en el apartamento de tu madre, con tu hermana, tal vez jugando al parchís o a la oca, si es que jugabais a eso en Nueva York. Bobby me miró como si yo fuera Boris Spassky, pero no dijo nada más. Se encogió en su universo de escaques y pechos de silicona. El mundo ya no es más una tablero de ajedrez, el mundo es un programa de televisión de los cutres, donde las mujeres son carne sin procesar bajo el rito kosher y los adolescentes prodigios no se vuelven locos avanzando peones y cruzando alfiles, sino hormonándose el cerebro con testosterona de bote. ¿Y acaso podemos decir si este es un mundo peor que aquel?

martes, 15 de abril de 2014

FARM LIT (UNA HISTORIA EN JUEVES SANTO)

Te montaste en aquel autobús
buscando al hombre Marlboro.
Te habías largado de casa
con la maleta cargada
de novelas de granjeras
y las manos de oficinista,
cabeza poblada de viejos anuncios de tabaco
         y teletienda.

Viajaste con una monja,
Sheenna volvía de las misiones,
y después un parado,
dos gays aventureros
       y Johnny Ramone,
vuelto de los infiernos,
harto de Joey y Dee Dee,
los riffs de medio pelo,
los hombres que no cuidan a sus mujeres.

Sigo siendo conservador, decía,
y tú mirabas por la ventanilla,
corrían los postes de luz
podridos en el arcén,
pensabas en el humo bucólico
y en que la urea previene
las durezas en las manos.
Sigo siendo conservador, decía,
el horizonte no se movía,
Johnny olía a tabaco de liar,
he vuelto al vicio allí abajo, dijo.


En el cambio de línea
preguntaste por el rodeo,
y te indicaron allí,
la planta de oncología.
El hombre de Marlboro
había recogido el lazo,
yaciente enjuto sobre las balas de paja.
Caíste de rodillas,
como en una plegaria,
pasando páginas y páginas
de granjeras, quimio y llagas.

Ten una calada: es rubio americano.
                               Cómo se elevaba el vaquero
fumando,
                                                  Cómo se elevaba
mientras te daba lumbre
en la planta de oncología
de aquel pueblo perdido
en Tierra Santa,
  oliendo a meados de carnero
con las manos delicadas, de ranchero de oficina.

jueves, 3 de abril de 2014

UNA HISTORIA DE PAPELERA


A la misma hora en que yo llegué al mundo un martes de febrero, Bon Scott moría en Londres. Tal vez no fuese la misma hora exactamente, no controlo los husos horarios, pero hablamos de la misma madrugada en la que mi madre no llegó al hospital. El Simca familiar se quedó tirado en un arcén y allí mi padre le ayudó entre mareos y náuseas. Scott se durmió borracho en el R5 de un amigo y no volvió a despertar, ahogado en su propia arcada. Puede que ocurriese un poco antes o un poco después de que la cinta High Way to Hell se enredase entre los cilindros de la radio del Simca marrón que mi padre hubiera querido jubilar antes de que naciese. Pero no pudo, entonces no se cambiaba de coche así como así. La casualidad hizo que, la noche en que Bon Scott murió, yo naciera entre sus agudos, mientras mi madre pedía a gritos que alguien apagase la música. He dicho la casualidad, pero a lo mejor prefieres pensar que todo está predestinado.También esta historia basura. Pero el hecho es que, mientras mi cabeza surgía entre las piernas de mi madre, el cassette de un Simca escupía serpentina marrón y las guitarras se silenciaron entre estertores. Mi padre me contó esta historia de papelera cuando me regaló el CD de Back in Black para que lo escuchase en el coche. Brian Johnson sustituyó a Scott, el Simca hace tiempo que es chatarra, no sé qué fue de la cinta y el CD terminó rayado.
Hoy, 19 de febrero, cumplo treinta y tres años y también es martes. Nadie supo qué fue del R5 de Scott, me gusta pensar que descansa en el mismo desguace que el Simca. Es de noche, tengo una botella en la mano y mi coche está en silencio.